«Dar un lugar a la subjetividad»*

            “La mujer no existe” es una frase de Lacan pronunciada en una sesión de su seminario Encore (Aún) en 1973, que el próximo Congreso de la AMP nos invita a interrogar y debatir.[1] Al mismo tiempo, formulará la proposición “no hay relación sexual”, en el sentido de una ley natural, una ley escrita en el inconsciente. Esto quiere decir que entre un hombre y una mujer el lazo que se establece es a través del discurso y estos vínculos está siempre en evolución. La diferencia entre los sexos, clásicamente binaria, se complejiza, tal y como demuestran algunos movimientos para pluralizarla, borrarla o neutralizarla. Nuevas formas y nuevas respuestas se producen, en la contemporaneidad, frente al enigma de la feminidad.

¿Disforia de género?

“Un daño irreversible”

            La periodista Abigail Shirier ha publicado recientemente el libro: “Un daño irreversible”[2], que ha provocado una gran controversia en EEUU. El libro explora cómo el cambio de sexo en las adolescentes norteamericanas se ha convertido en una demanda generalizada, lo que no es sin consecuencias por lo que implica la intervención de la ciencia sobre sus cuerpos.

            Según las estadísticas oficiales “La disforia de género”[3] era relativamente infrecuente hace algunos años e inicialmente se presentaba sobre todo en niños y jóvenes varones. En los últimos años hemos conocido numerosos testimonios de estos niños, que siendo adultos, transmiten que esa idea surgió antes de que conocieran el modo de goce homosexual.

            Algo está cambiando a una gran velocidad. En la actualidad la gran mayoría de demandas de reasignación de sexo, que incluye tratamientos hormonales y cirugías, provienen de niñas y adolescentes de institutos y escuelas primarias que afirman ser “transgénero”.

            La periodista alerta de la influencia de las redes sociales y de la hegemonía que toma el discurso “trans”, como un discurso amo de la época.  En su trabajo de investigación como periodista del Wall Street Journal, ha entrevistado a chicas, a sus angustiados padres y a los consejeros y médicos que llevan a cabo las transiciones de género. Relata como el discurso “trans” está de moda en EEUU y de cómo se traduce en un empuje a las jóvenes, menores de edad, a demandar cambios corporales irreversibles, como la doble mastectomía o los bloqueadores de la pubertad, que provocan efectos secundarios muy relevantes en su cuerpo, entre otros la infertilidad.

Esta deriva, cada vez más generalizada, plantea numerosos problemas de carácter ético, clínico y político. A finales de 2019, la agencia Sueca de Evaluación de tecnologías de Salud y Servicios Sociales (SBU) publicó un estudio sobre todos los datos y el seguimiento a largo plazo de los niños que habían pasado por el protocolo de reasignación de sexo, revelando que los efectos negativos observados a largo plazo no apoyan la legitimidad del tratamiento.[4] La tendencia a legislar abordando el problema en el registro jurídico y de los derechos desvía la cuestión a un terreno en el que se desplaza la subjetividad y las preguntas que todo ser hablante se hace en su proceso de constitución psíquica y de elección sexuada.

Desde el discurso de la ciencia se ha tratado de dar muchas explicaciones para desmentir el hecho de que en el ser humano no hay una escritura de la relación entre los sexos y de que el instinto está perdido. Por ejemplo, se ha dicho que la condición de homosexualidad reside en una parte del cerebro o tiene un carácter genético. Para las neurociencias habría un soporte neuronal a la homosexualidad y la heterosexualidad, la elección de objeto estaría genéticamente determinada. Esto es totalmente especulativo, pero tiene su valor en el sentido de que es un intento de desmentir ese agujero de la estructura.

Para el psicoanálisis el proceso de la sexuación es efecto del lenguaje y tiene un carácter complejo. Muchas veces se resuelve en etapas avanzadas de la adolescencia, pasando por momentos y efectos de confusión. Esto lo constatamos en la clínica.

La anatomía no es el destino, no hay un ajuste entre la anatomía y el goce del cuerpo sexuado porque interviene el lenguaje y el encuentro con el Otro, las identificaciones y las dificultades para tener un cuerpo sexuado. Hay un desajuste y podemos encontrar a un niño o a una joven que se experimenta en un cuerpo de mujer o a la inversa. El estatuto que puede tener clínicamente este desajuste hay que dilucidarlo en el caso por caso y eso supone la necesidad de poder escuchar al sujeto que demanda una reasignación de sexo, que en muchas ocasiones puede ser el producto de muchos avatares. En el libro, la periodista da cuenta del grado de sufrimiento y dolor de las adolescentes entrevistadas, de la devastación subjetiva que supone la ruptura de los lazos sociales, de la influencia de los discursos que dan una identidad a través de redes sociales, del aumento exponencial de los cuadros depresivos, los ataques de pánico y las autolesiones en los últimos diez años. 

Lo más ruidoso de los debates que están surgiendo, en esta nueva época, es el hecho de que un menos de edad pueda demandar un protocolo de transición o una cirugía como si se tratara de un derecho más, sin que se produzca ningún tipo de escucha o facilitando que el mismo sujeto se pueda formular alguna pregunta. La demanda se efectúa directamente al médico para que haga lo necesario desde el punto de vista del saber de la ciencia.

Cada uno busca un arreglo en relación a su identidad y su modo de gozar, pero es imprescindible dar un tiempo para que no haya efectos irreparables. El principal derecho a defender es el derecho a darle un estatuto como ser hablante y dar un espacio de palabra para quien sufre y necesita ser escuchado.

Las mujeres, una por una

Las mujeres abrieron a Freud las puertas del inconsciente. En el año 1885 Freud se dirige a París atraído por la fama de Charcot y aterriza en la Salpêtrière. A Freud le interesaban particularmente las investigaciones sobre la histeria, a la que terminará dando un estatuto de dignidad negado por la medicina. Freud descubre que tras sus espectaculares síntomas había una verdad, aunque en ocasiones esa verdad no fue despejada en sus propios historiales clínicos.

            Tomemos la referencia del caso Dora. Sin entrar en detalles, Freud cree que ama a la señora K, lo que supondría que inconscientemente sería homosexual.  Para Lacan Dora es heterosexual y su interés por el señor K se debe a que ella está tratando de “ser un hombre” y más allá de esta identificación amorosa, lo que verdaderamente le interesa es el objeto de deseo de este hombre, la señora K. Ella busca una respuesta al enigma de la feminidad, desde el lugar de un hombre, el señor K.

            La paradoja está en que con este desvío la respuesta que encuentra al misterio del Otro sexo la coloca en el lugar de objeto. Tal y como Lacan plantea en las fórmulas de la sexuación en el seminario XX, el lado masculino solo encuentra a su amada a partir de su dimensión fantasmática ($<>a).[5]

            En realidad, ella evita su propia posición femenina identificándose con el señor K y esta es la razón por la que rechaza ser un objeto deseable para él. Ella quiere obtener un saber de la señora K sobre el goce femenino, pero sin correr ningún riego.

            Lacan se encuentra con Aimée, una joven empleada de correos ingresada en el hospital tras un delirio de persecución y un pasaje al acto el 10 de abril de 1931 en el que atenta contra una actriz famosa de la época.[6]

            La puerta de entrada de Lacan al psicoanálisis se produce a partir del encuentro con la locura. Varias décadas después, tras un largo recorrido en su enseñanza, terminará afirmando que “todo el mundo es loco, es decir delirante”, aunque no todo el mundo lo haga de la misma forma. Las neurosis y las perversiones son formas sistemáticas que aparecen como regularidades, que se presentan como certidumbres, pero que de hecho no son más que construcciones que se erigen sobre un real sin ley que puede llegar a obtenerse por deconstrucción. Esta lógica de la insistencia de lo real implica algo en la clínica psicoanalítica, a saber, que el Nombre del Padre es un artificio. El Nombre del Padre es un artificio, no está en lo real, y por eso Lacan dice que todo el mundo está loco.[7]

            Lacan formaliza la separación entre el sexo biológico y la sexuación sosteniendo desde el principio que la anatomía no es el destino. Es en el Seminario 20 donde formaliza la lógica de las posiciones sexuadas. Para los hombres y las mujeres en el inconsciente hay un solo significante -el falo- para referirse al goce sexual y por lo tanto la diferencia de los sexos no puede abordarse a partir de la dimensión simbólica sino a partir del campo del goce. Los seres hablantes participan de la función fálica, pero Lacan abrirá la puerta al régimen del goce Otro, no-todo, como un goce suplementario que nombrará como goce femenino.

            Miller aclara en el Seminario El Ser y el Uno que no se trataba de un binarismo en el que la mujer tendría el goce femenino y el hombre tendría el masculino. Más allá de la serie de los seminarios XVIII, XIX, XX y de su escrito titulado “El atolondradicho”, había un segundo tiempo en que Lacan llegó a entrever por el sesgo del goce femenino el régimen del goce como tal.[8]

            Lacan reduce la posición femenina a la escritura de un matema: “LA, tachada” “La mujer, sólo puede escribirse tachando La”,[9] al afirmar que “la mujer” no existe, porque define su posición por estar no-toda en la función fálica: “Hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso si lo sabe. Lo sabe, desde luego, cuando ocurre. No les ocurre a todas”.[10]

            En estas coordenadas hay que leer la frase de Lacan: “La mujer no existe”, a lo que hay que añadir que existen una por una. Ellas, una por una, han estado en el origen del psicoanálisis.

Desafíos de la clínica.

            La histeria es una modalidad de rechazo al goce específicamente femenino, aunque no todas las histéricas son Dora, ni todas las mujeres responden a esa estructura neurótica. Hay diferentes modalidades de posicionarse en relación al agujero de la “no relación sexual” y a la falta.

Lo nuevo en la época actual es que se cierran las puertas a que los enigmas sobre la feminidad y la relación entre los sexos puedan ser planteados y elaborados, cada uno de manera singular. La intervención de la ciencia sobre lo real del cuerpo cortocircuita esa posibilidad, considerando al ser hablante bajo el paradigma vigente desde el siglo XVII: el cuerpo como una máquina. El cuerpo separado del ser que lo habita, introduciendo un corte que ahora se vuelve más operativo al disponer de los medios necesarios para efectuarlos. Los semblantes y la mascarada femenina se sustituyen por la intervención en lo real sobre el cuerpo biológico.

Hay que considerar que no es casual que en esta época el discurso de la ciencia encuentre un terreno abonado en consonancia con la precariedad del orden simbólico y la ruptura de los lazos sociales. Los enigmas sobre la feminidad y el goce femenino no se dialectizan simbólicamente y en la clínica nos encontramos con síntomas que portan un goce difícil de tramitar a partir de su relación con el inconsciente. Esto plantea al psicoanálisis nuevos desafíos que precisan ser dilucidados.

 Por otro lado, desde la perspectiva del psicoanálisis, el ser humano no es un cuerpo, sino que lo tiene y esto conlleva múltiples paradojas, síntomas y contradicciones. Es factible que una mujer pueda imaginarse, una por una, en el registro del ser y prestarse al juego de su relación con el significante fálico, apropiarse de él, desmentirlo, encarnarlo o despreciarlo, pero en el campo del goce debe encontrar un arreglo con su dimensión de no-toda. La peor de las soluciones sería la de suturar esa dimensión por la vía del pasaje al acto. A diferencia de los travestidos que responden al conflicto de la relación con su cuerpo vistiendo y comportándose como el sexo contrario, los transexuales demandan la reasignación al sexo opuesto y la intervención desde la medicina a través de tratamientos hormonales y quirúrgicos.[11]

Esto nos plantea innumerables desafíos para la clínica y una batalla política a librar para dar un lugar a la subjetividad.

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*Artículo publicado en la revista Freudiana nº 93.

[1] La Gran Conversación virtual de la AMP “La mujer no existe”, se celebra en Paris del 31 de marzo al 3 de abril de 2022. 

[2] Shirier, Abigail. “Un daño irreversible, la locura transgénero que seduce a nuestras hijas”, Colección Deusto. Abigai Shrier, periodista del Wall Street Journal, ha investigado lo que denomina la moda trans, ofreciéndonos un amplio trabajo de investigación llevado a cabo en EEUU.

[3] La disforia de género es un diagnóstico catalogado en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5, por sus siglas en Inglés), publicado por la American Psychiatric Association (Asociación Estadounidense de Psiquiatría).

[4] Un amplio comentario sobre este punto se puede encontrar en el artículo firmado por Eric Laurent, “Biopolítica de la norma trans”, publicado en el blog de Zadig España el 07.11.2021.

[5] Lacan, J. El Seminario, Libro 20, Aún “ Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 95.

[6] El caso Aimée es uno de los más conocidos en la historia de la psiquiatría y del psicoanálisis. Fue la base de la tesis doctoral de J. Lacan sobre la paranoia de autocastigo (1932), que abrió un amplio debate sobre la concepción de la paranoia en los años 30.

[7] Miller, J.-A, “Piezas sueltas”, Paidós, Bos. Aires 2013, p. 300.

[8] Miller, J.-A, «Seminario de Orientación Lacaniana”, inédito.

[9] Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, op. cit., p. 68.

[10] Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, op. cit., p. 90.

[11] Eric Laurent nos da una orientación en su texto Biopolítica de la norma trans, publicado recientemente: “Lacan opone dos maneras lógicas de hacer con el significante fálico, el del transexual y el del homosexual. El transexual ya no lo quiere como significante. Sale del discurso y pasa a lo real a través de la cirugía. La homosexual no lo quiere como significante, pero permanece en el discurso sexual. Desarrolla el discurso amoroso, de tal modo que descalifica todo prestigio de ese falo, partiendo el significante en su letra”. Blog de Zadig-España, 07.11.2021.

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