Texto escrito para Silicet, publicado recientemente por Grama Ediciones.
La concepción del cuerpo ocupa un lugar central en la enseñanza de Lacan, aunque sean más conocidas sus aportaciones desde la perspectiva del lenguaje. Efectivamente, él puso el acento al principio en la importancia de lo simbólico, pero el cuerpo está desde 1936 con el “estadío del espejo”, reformulado en 1949.
Tal y como Lacan, inicialmente, presenta su estadio del espejo, la imagen corporal total con la que el sujeto se identifica tiene valor de vida. La imagen encarna la fuerza vital que en el futuro será el sujeto, es una matriz, una función esencialmente vital.[1]
Esta formulación será modificada posteriormente en su texto “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la Psicosis”, introduciendo la idea de que el animal humano imagina su propia muerte: “Es por la hiancia que abre esta prematuración en lo imaginario, y donde abundan los efectos del estadio del espejo, como el animal humano es capaz de imaginarse mortal, no que pueda decirse que lo podría sin su simbiosis con lo simbólico, sino más bien que sin esta hiancia que lo enajena a su propia imagen no hubiera podido producirse esa simbiosis con lo simbólico en la que se constituye, como sujeto a la muerte”.[2]
Es como si esa totalidad visual no fuera una imagen vital sino un cadáver anticipado. Reserva al significante del Nombre del Padre el aporte de seguridad y sentido de la vida, lo que tendrá consecuencias en su elaboración sobre la psicosis, en la que la forclusión del Nombre del Padre y sus incidencias en el orden imaginario introducirán los fenómenos psicóticos que afectan al cuerpo, “un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”.[3]
El cuerpo no es un don de la naturaleza. A diferencia del organismo, es un producto transformado por el discurso. El organismo del viviente deviene cuerpo sintomático y pulsional en el ser hablante porque el lenguaje lo desnaturaliza, lo modifica y lo afecta.
En la enseñanza de Lacan hay un recorrido que puede leerse considerando la relación que se establece entre el lenguaje y el goce, para dar cuenta al final de su enseñanza de que el ser hablante no es un cuerpo, sino que tiene un cuerpo, que hay una hiancia entre el ser y el tener un cuerpo, porque la pérdida de la naturalidad es algo constitutivo al ser humano.
Este cambio de perspectiva supone que para que haya goce es necesario el cuerpo, el cuerpo vivo. Si el significante introduce una pérdida de goce, de ordenación y pacificación, al mismo tiempo es causa de goce y tiene una incidencia que afecta el cuerpo.
Un cuerpo que habla y que goza: “un cuerpo es algo que se goza”[4] y el ser hablante habla con lo que tiene, es decir con el propio cuerpo.
En cualquier caso, la reintegración en el cuerpo del lenguaje no está asegurada de antemano. Miller señala, en su texto sobre “La invención psicótica”, cómo esto abre el campo de los discursos que dicen lo que hay que hacer: “La buena educación es, en gran medida, el aprendizaje de las soluciones típicas, de las soluciones sociales para resolver el problema que plantea al ser hablante el buen uso de su cuerpo y de las partes de su cuerpo: con esto hay que hacer esto, con esto otro hay que hacer esto. Esta distribución no opera en el esquizofrénico”.[5]
Podríamos decir, por extensión, que no opera en la psicosis, en la que el cuerpo está permanentemente amenazado de estallar, no se sostiene. Podemos encontrar en las Memorias de Schreber todos los fenómenos relacionados con la disolución de lo imaginario en los que el cuerpo es amenazado, dañado, alterado, destruido o mutilado. De esta forma el territorio de esa lucha que se produce con sus perseguidores (Dr. Flechsig, Dios…) es su propio cuerpo.[6]
Es en la esquizofrenia donde los fenómenos del cuerpo propios de la psicosis son más acentuados, pero también encontramos en la paranoia la experiencia de la vivencia del cuerpo como ajeno, amenazado por el goce del Otro. El goce no deja de retornar sobre el propio cuerpo, aunque esté localizado en un perseguidor externo.
El psicótico tiene que hacer verdaderos esfuerzos de invención para mantener el cuerpo como uno. La respuesta del sujeto, ya sea a través del delirio o de otras soluciones o identificaciones imaginarias, tiende a recomponer su propio mundo y también el cuerpo en tanto cuerpo propio.
Hay una gran variedad de soluciones que encontramos en la clínica. La de aquel paciente que podía hacerse un cuerpo bajo el “uniforme” de los “cuerpos de seguridad del Estado” que le daban un sostén mínimo, aunque frágil e imaginario. O la de aquéllos que encuentran en la escritura una solución para evitar el estallido y la fragmentación del cuerpo imaginario. “El desorden más íntimo es esta brecha en la que el cuerpo se deshace y donde el sujeto es inducido a inventarse vínculos artificiales para apropiarse de nuevo de su cuerpo, para “estrechar” su cuerpo contra él mismo. Para decirlo en términos de mecánica, necesita una abrazadera para aguantar con su cuerpo”[7]
Esta abrazadera –independientemente de la invención de que se trate–, ya sea una psicosis desencadenada o no, es una posibilidad a construir en una clínica bajo transferencia.
Santiago Castellanos
[1] Lacan J., «El estadio del espejo como formación de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», Escritos 1, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2002, p.87.
[2] Lacan J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la Psicosis”, Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 1998, p. 534.
[3] Lacan J., op. cit., p. 540.
[4] Lacan J., El Seminario, libro XX, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 32.
[5] Miller, J.-A., “La invención psicótica”, Cuadernos de Psicoanálisis, Bilbao, Revista del Instituto del Campo Freudiano en España nº 30, 2007, p. 56.
[6] Schreber D., Memorias de un enfermoo de Nervios, Madrid, Editorial SextoPiso, 2008. p. 108-109.
[7] Miller J.-A., “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Freudiana nº 58, Comunidad de Catalunya de la ELP, 2008, p. 19.