La interpretación en la orientación a lo incurable del síntoma.

Texto presentado en el espacio del pase en Salvador de Bahía el día 13.10.2017.

Introducción.

Durante el primer análisis, que se prolongó durante 10 años, se produjeron efectos terapéuticos importantes y además me permitió iniciarme en la formación y en la práctica analítica.

El inicio de mi práctica como psicoanalista comenzó hacia finales de mi primer análisis a partir de un sueño. En el sueño yo atendía a un paciente como psicoanalista y no como médico. La elaboración de ese sueño se traduce en una primera autorización a la práctica sostenida a partir de la experiencia del inconsciente. Uno se autoriza sostenido en el Sujeto supuesto saber y en la dimensión simbólica del inconsciente transferencial.

Me encontraba en un momento de entusiasmo y estudio en relación al psicoanálisis y la vida me iba bien, en general.

Sin embargo la práctica del psicoanálisis era fuente cierta angustia. Elegí a mi analista por su condición de AE y porque estaba convencido de que él me iba a dar las claves de una práctica orientada hacia lo real del síntoma, hacia lo incurable. El amor de transferencia me demostrará al final del análisis que juega la partida del engaño. Un buen engaño el de hacerse amar por el analista demandando un saber que el analista no tiene, obviamente si está suficientemente analizado, porque de lo contrario creerá que si lo tiene.

“El analista no tiene que preocuparse de los rasgos por los que puede prestarse a una confusión provechosa con los personajes de la historia del sujeto. El analista es ante todo el envoltorio de la nada”[1]

Esta es la razón por la que he elegido este tema que podría llamarlo de manera más precisa “Acerca de la interpretación y la posición del analista en la orientación a lo incurable del síntoma”.

En el fondo, la pregunta que me hacía y continúo haciéndome cada vez es la siguiente: ¿Cómo podemos incidir en la satisfacción o el goce que incluye el síntoma a través de las palabras o del acto analítico? ¿Cómo actuar sobre el goce y el sufrimiento a través del campo del lenguaje?

Antes de entrar en el tema dos aclaraciones previas.

La primera es que la interpretación la entendemos a partir de los efectos que se producen en un analizante y no alcanza ningún valor si no es en el contexto de cómo al analizante le retorna, de cómo resuena en su propio real y en última instancia de cómo el analizante interpreta la interpretación o el acto analítico por parte del analista.

La segunda es que cuando hablamos de la experiencia de un análisis hablamos de la dimensión de las palabras y de la del goce.

 El sujeto habla pero las palabras requieren un cuerpo, salen de una boca y eso hace que la cadena significante tenga una enunciación que es diferente para cada uno, es singular. El ser hablante habla con su cuerpo y por esta razón lo que se dice y su enunciación es algo que está infiltrado por un goce que se desliza al mismo tiempo en la cadena de los significantes, de las palabras que se emiten.

Cuando hablamos de la escucha del analista, de la interpretación o del acto del analista partimos de los dos niveles que hay en la cadena de las palabras del analizante, el nivel del enunciado y del sentido y el nivel de la enunciación que es el del inconsciente y el del goce. Esto lo plantea claramente Lacan ya desde el grafo del deseo en el seminario V y después lo desarrollará de otras maneras.

Esto quiere decir que al analizante no es lo mismo escucharlo como sujeto de la palabra que como un sujeto que habla con un cuerpo.

El sujeto de la palabra se piensa respecto del significante, pero el parlêtre, sujeto que habla y es hablado, está en relación con su cuerpo.

Como dijo J.A. Miller en el último Congreso de Rio de Janeiro: en la última enseñanza de Lacan el inconsciente procede del cuerpo hablante, ya no es más un inconsciente que procede de lo lógico puro. Lacan en el seminario 20 utilizará la escritura “LOM”, lo llamará simplemente “el hombre” y es esencial captar que el hombre, a diferencia del sujeto, tiene un cuerpo. El hombre se sirve del cuerpo para hablar.

Parlêtre es un neologismo de Lacan para introducir la dimensión del del goce en el inconsciente y por tanto lo incurable del síntoma alojado en ese cuerpo que goza.

Por otro lado, hablar de lo incurable del síntoma, al final del análisis, supone considerar que ese incurable ya es el resultado de una pérdida del pathos que afecta al cuerpo y al pensamiento. El goce pierde densidad y ciertos desplazamientos pueden encontrarse al final.

En mi caso, inicié mi primer análisis interrogándome acerca de los “embrollos” de la vida amorosa en que me encontraba cuando tenía algo más de 30 años. Esperaba dilucidar el desciframiento del síntoma, de las dificultades para la separación con el partenaire en esa época de mi vida y me encontré muchos años después con la revelación de un goce ignorado cuya fuente estaba en la contingencia y en el propio real, considerando lo real como aquello que no pudo ser simbolizado y que por tanto tomó un carácter traumático. Un agujero en el devenir de la existencia.

Así podríamos considerar el recorrido de un análisis llevado hasta su final. De los amores con la verdad a lo incurable del síntoma.

Esto nos interroga acerca del estatuto de la interpretación en el recorrido que va desde el inconsciente transferencial, cuyo mecanismo se comprueba como indispensable en la experiencia de un análisis, al inconsciente real como efecto a producir según la orientación y la posición del analista. Esto no está asegurado de antemano.

Iremos poco a poco

LA INTERPRETACIÓN: DEL SENTIDO A LO REAL

Para Freud, el sentido es la brújula que orienta la práctica del psicoanálisis y la interpretación viene como anillo al dedo a esa orientación. Freud se interesa en la vertiente descifrable del síntoma y los efectos apaciguadores que supone. Freud concebía la interpretación como la comunicación de una construcción al paciente o de una elaboración de saber hecha por el analista.  Había una conjunción entre saber y verdad, no había disyunción entre interpretación y construcción. Para Freud, el “león solo salta una vez” y la interpretación tenía que atrapar esa oportunidad. Finalmente se dará cuenta que hay una satisfacción libidinal, paradójica y oscura, incluida en el mismo síntoma, en su funcionamiento que insiste y retorna.

Jacques Lacan planteó diferentes modalidades interpretativas según el momento de su enseñanza.

El primer Lacan se orientó por encontrar la verdad simbólica del síntoma. Hay que obtener aquellas pepitas significantes de oleaje de las palabras vacías y permitir, sin identificarse al lugar del Sujeto Supuesto Saber, que sea el analizante el que produzca sus propios significantes amos para validarlos como palabra plena.

En la época del estructuralismo el síntoma es una metáfora del deseo inconsciente, cuya verdad es desconocida. Se trata de una máscara –envoltura formal del síntoma- que puede caer si se descifra el deseo inconsciente y la interpretación puede liberar un sentido reprimido a la conciencia del sujeto.

Pero este deseo se desliza como la sortija en el juego del hurón, al que Lacan hace referencia en varias ocasiones porque se sostiene en una dimensión libidinal.

Durante mi primer análisis, recuerdo que tras haberse revelado algunos de los significantes fundamentales que habían sostenido mis ideales, todos ellos en la función de reparar la figura paterna, le  manifesté a la analista en un momento de angustia:

-¿Y ahora que puedo hacer dado que no creo en nada?

Y la analista me contestó:

-“Pero usted ha hecho la experiencia del inconsciente”.

En este tiempo creer en el inconsciente era para mí la posibilidad de encontrar una salida a las encrucijadas en las que me encontraba. Me convertí de esta manera en un apasionado de la verdad.

La espera y la función lógica del tiempo para comprender era el horizonte que alimentaba cada día mi retorno al diván. La espera y el horizonte de la verdad que forma pareja con el sentido y la ficción tal y como dirá Lacan en su última enseñanza.

No recuerdo muy bien como transcurrió la elaboración del duelo por la muerte de mi padre durante ese tiempo del análisis pero si la solución a la que llegué un año después. Ante su tumba pensé que no sabía porque su vida tomó la deriva del alcohol pero que ahora se trataba de la mía. Esto produjo efectos terapéuticos muy significativos.

J.A. Miller en el seminario de “La fuga del sentido” nos propone un momento 3 de la construcción de Lacan en relación a la interpretación. Es el momento del Seminario 11 contemporáneo con el texto “Posición del inconsciente”.

Aquí Lacan introduce otra definición del inconsciente que incluye su conjunción esencial con la Pulsión. Es una definición que toma en cuenta la instancia de la sexualidad y que establece entre el inconsciente y el objeto de la pulsión un vínculo esencial[2]

De esta forma Lacan subraya que por la incidencia de la sexualidad la interpretación no es una mántica, no es un puro y simple desciframiento de significantes.

Lacan introduce en el seminario 11 el concepto de inconsciente en el plano de la pulsación, de la apertura y su cierre. El inconsciente de la apertura se expresa a través del modelo del acto fallido, del lapsus etc…y toma el estatuto del inconsciente intérprete.

Pero lo esencial de este planteamiento de Lacan es indicarnos que el concepto de inconsciente incluye el cierre como presencia del objeto. Se trata de la puesta en acto del objeto a.

 Esto se muestra en el análisis de diferentes maneras. El analizante puede pensar que el analista lo está rechazando evocando la presencia del objeto anal o que lo quiere devorar. El analizante no paga, llega tarde a la sesión, se hace odioso, se muestra dócil, encantador etc…hay muchas formas en las que el analizante coloca su goce particular en el dispositivo de la transferencia y de esto debe de estar advertido el analista.

 Entonces la interpretación no es solo aislar los significantes, sino que debe apuntar al objeto a minúscula como objeto causa del deseo.

El objeto a al mismo tiempo que forma parte de la argamasa del fantasma está articulado a la Pulsión y conserva algunas propiedades del significante. Como subrayará J.A. Miller en numerosas ocasiones es contable, se presenta por unidades, es un modelado del goce con el modelo del significante.

Lacan hará referencia, entonces, a las diferentes interpretaciones frente a lo imposible de decir: El corte, la alusión, la puntuación, la citación y el equívoco en todas sus modalidades –que desarrollará en el escrito “El atolondradicho” como modalidades homofónicas, gramaticales o lógicas.

El objeto pequeño a es aquí un semblante de lo real, no tiene un carácter especular y se trata, entonces de señalarlo de forma alusiva, lo que supone la perdida del acento en la orientación por la verdad simbólica del síntoma.

EL FRANQUEAMIENTO DEL FANTASMA

En mi propio caso aislar la lógica del fantasma más allá de la primera versión del lado del ideal que consistió en el fantasma de salvar o curar al Otro, al padre, llevó bastante tiempo y se hizo posible durante el segundo análisis.

Dos años antes de finalizar el análisis ya me había dado cuenta de la importancia del enunciado materno: “tienes algo especial pero hay algo más que no te puedo decir” y la doble lectura que introducía en la subjetividad. Por un lado la vertiente fálica y el narcisismo y por otro la introducción de una incógnita y de un misterio que se desvelará hacia al final.

Había elaborado la versión del fantasma de hacerse ad-mirar por el Otro y los diferentes síntomas que habían funcionado en diferentes momentos de mi vida, el mundo del gimnasio, la medicina, la política.

El análisis había llegado a un punto de reducción demasiado consistente. Yo le decía al analista que casi todo se podía explicar por la importancia que había tenido un enunciado materno, a las respuesta que me había dado frente a lo real del padre y a una escena infantil en la que un encuentro muy precoz con la sexualidad había marcado mi cuerpo con un exceso de goce y de energía que no había podido ser simbolizado.

Estaba en un impasse. Una interpretación socavó la consistencia de esa construcción fantasmática.

-Admiración, eso es la demanda, pero ¿qué deseo hay detrás de ello?

Esa pregunta, me dejó perplejo y más allá de lo que yo sabía desde el punto de vista epistémico, de la diferencia entre necesidad, demanda y deseo, no podía contestarla.

Inmediatamente después vino un sueño.

Antes de relatarlo una observación.

J.A. Miller subraya en el seminario la Fuga del sentido que podemos pensar la interpretación como un despertar. Esta formulación siempre me interesó mucho. Hay varios tipos de despertar. Está el despertar del interés, cuando algo se hace causa de deseo y permite salir del aburrimiento y movilizar la libido y la transferencia[3]

Pero está también el despertar de la pesadilla, tal y como Lacan lo dice en el Seminario 11, con algo que produce horror, y de lo que no se quería saber nada más, hasta el punto de que despertamos para continuar soñando con los ojos abiertos, para no continuar el sueño de horror. Allí, en la pesadilla, hay un verdadero encuentro con el Otro, el verdadero Otro, es decir, lo real.

Miller nos dice que en el fondo sería necesario poder pensar la interpretación como una pesadilla, y una pesadilla de la que, además, no podríamos huir despertándonos. Es una manera de articular la interpretación con lo real, y no con el significado sobre el significante o un significante más.

En este sueño aparece un “magma o pequeña masa” incandescente que se transforma, como una masa o fuente de energía, que se transforma en colores.

¿Qué es esa “Cosa” que brilla? ¿porqué me produce tanto horror?, me pregunté.

Me responderé en el diván diciendo que esa especie de “cosa, caca que brilla” soy yo, resto que cae, energía que se transmuta en colores y trata de brillar. Se trata de una representación imaginaria de mi propio goce, condensado, que se había mantenido oculto tras los meandros de la propia neurosis y la pantalla del fantasma.

La “caída” es un significante que se conecta con otra escena infantil en la que a mi padre lo encuentro “caído” en el suelo . ¿Está vivo o está muerto? El niño angustiado quedó aspirado por esa escena y se pasará la vida tratando de eyectarse de ese lugar.

Hacerse ad-mirar, hacerse caer, núcleo de goce, sentido-gozado, mirada y vida, sexualidad y muerte. El goce está ligado a un acontecimiento contingente de carácter traumático y su núcleo es del orden de lo real y quedará como un resto sintomático.

La mirada y el goce constituyen un nudo que puede deshacerse en la medida en que el objeto a colocado en el Otro se extrae –esa era la respuesta fantasmática- y permite vislumbrar el propio real. Un modo singular de goce puede aislarse, un funcionamiento y la relectura de mi análisis me vuelve a dejar sin palabras. En realidad mis dificultades para la separación estaban al servicio de retener al partenaire para que mi propio programa de goce tuviera lugar.

La espera me había permitido hacer una lectura après-coup del sentido-gozado, del lugar de la mirada en la argamasa del fantasma, pero en ese tiempo no encontré satisfacción, sino cierta angustia y después cierto extravío. No podía acabar así el análisis.

-¿Y ahora qué?

-Hay que dar una vuelta más.

LA FUGA DEL SENTIDO.

El extravío al que había llegado tras el atravesamiento del fantasma me permitió, al mismo tiempo, encontrarme con un real de la propia experiencia analítica: la fuga del sentido.

Eso dura dos años y es el tramo en que puedo decir que el analista promueve la inconsistencia y el sinsentido de manera decidida.

En la introducción alemana de un primer volumen de los escritos, Lacan dice:

“El sentido del sentido de mi práctica se capta por el hecho de que se fuga: que hay que entender como de un tone, no como un escaparse”[4]

Esto ha sido trabajado largamente por J.A. Miller que llega a decir que el aspecto de fuga de sentido es un Real, la fuga es lo real del sentido, la fuga es el objeto perdido del sentido.

Esto quiere decir, en mi opinión, que analizarse es hacer la experiencia de la fuga del sentido y que es de la posición del analista, de su acto, de su neutralidad respecto del sentido que depende que esta otra dimensión se abra. En el seminario XXIV Lacan dirá que la neutralidad analítica es justamente esa subversión del sentido.

Tomar el inconsciente en su dimensión del goce es la vía regia hacia lo real del síntoma y esta orientación va a depender en gran medida de la posición del analista.

En la última clase de los “no incautos yerran” Lacan nos convoca a amar el inconsciente que es la condición de un psicoanálisis y advierte que no amar es errar pero que también tiene un uso ya que es lo que “puede llevarnos, un poco más allá a ese real, más allá que a la muy poca realidad que es la de nuestro fantasma”[5]

Esta es una perspectiva fundamental para pensar la formación del analista porque es por esa vía que el analista podrá ocupar para cada analizante la posición que conviene sin que sus propios fantasmas entren en juego. Hay que tener en cuenta que todo esto sucede en el nivel del inconsciente y en la medida de que no hay garantías su práctica debe realizarse bajo el control, otro elemento indispensable en la formación del analista que la Escuela dispensa.

La sesión más corta que recuerdo. Comencé diciendo que “el análisis está hecho de piezas sueltas” y el analista me contestó: “exactamente”, dando por finalizada la sesión. Me levanté del diván y le comenté que no me daba tiempo a decirle … y me respondió: “queda suelta”.

Esta interpretación del analista no es cualquier cosa, para un sujeto obsesivo que trata de capturar lo real por la vía del sentido. En realidad daba vueltas en redondo como una tuerca pasada de rosca y la interpretación desarticula este funcionamiento e introduce la fragmentación y el vacío como elementos imprescindibles  para que el análisis pueda finalizar.

Un año después viene el sueño del final.

Estoy relatando mi análisis a una pasadora. Aparecen cuatro letras CPUT y un guión. Se me ocurre la absurda idea de hacer una búsqueda en Google, pero no puedo hacerla. El guión queda como un agujero que no se puede escribir, lo que podríamos hacer equivaler al aforismo de Lacan: “no hay relación sexual”.

Definitivamente las piezas “quedan sueltas” y así acaba el análisis. Es así como acabaron mis amores con la verdad. Ahora sí encontré la satisfacción que fue un índice para dar por finalizado el análsis.

LO INCURABLE Y EL GOCE DEL SINTOMA.

En el comentario a la edición inglesa del seminario XI hay una reformulación completa del final del análisis introduciendo la dimensión de la satisfacción. Lacan renuncia a que el sentido fantasmático sea la última palabra del análisis cambiando su perspectiva. La perspectiva del sinthome, no anula lo concerniente al atravesamiento del fantasma sino que aisla y promueve lo que resta y con esas “piezas sueltas” se abre la posibilidad de la invención. Invención en la medida en que algo nuevo se puede hacer por fuera del programa de goce del fantasma.

J.A. Miller nos dice en el último seminario de la Orientación Lacaniana que la posición del analista circula entre dos escuchas. La que sigue las variaciones del sentido del discurso del paciente y la de la iteración que se dirige hacia el síntoma, que existe y queda como acontecimiento del cuerpo. Se trata del modo de gozar absolutamente singular, irreductible, de lo que uno se encuentra al final como incurable[6]

En mi incurable hay un goce positivizado, una pequeña oscilación entre ese agujero en el que quedé aspirado siendo niño y la respuesta subjetiva de eyectarme de ese lugar.

Eso es el shintome, ese engranaje que incluye lo real y el goce del cuerpo despojado de su densidad mortífera y del sentido. El shintome es lo real y su repetición, es un sistema que incluye un goce que, quedando tras la experiencia del análisis por fuera del sentido, supone una relación a la vida menos mortificante.

Durante los 3 años de ejercicio de AE no he encontrado un nombre para eso. No siempre es posible hacerlo. No he encontrado las palabras para nombrarlo.

Todo el mito edípico en el que se sostuvo la neurosis y que orientó mi vocación por la medicina se transformó en una anécdota cuasi delirante tras finalizar el análisis.

A los pocos meses de nacer mis padres me llevaron al médico porque tenía algunas marcas o úlceras en la boca. El médico les dijo que esas marcas eran la señal de que era un niño especial, pero que no se lo podían contar a nadie. Mis padres se lo creyeron y lo mantuvieron en secreto. Ahora entiendo porque mi madre siempre me habló de D. Guillermo con una fascinación que siempre me sorprendió, hasta el punto de que sin saber que lo sabía encarné durante muchos años ese mismo personaje.

Esta historia casi delirante me produjo mucha risa. No podía creerlo. ¿Cómo era posible que una historia así me hubiera marcado hasta ese punto? El enunciado enigmático que me acompañó siempre juega su partida y queda como un resto sin sentido, un absurdo más de los muchos que uno se encuentra a lo largo de su existencia.

Tras finalizar el análisis informé en una reunión familiar que no quería ser enterrado en la tumba que me había regalado mi tía, veinte años antes, junto a la suya y la de mi padre.

El azar hizo que unos meses más tarde falleciera mi tía paterna y que en el momento de su entierro los familiares preguntaran acerca de lo que iban a hacer con esa otra tumba que quedaba vacía, colocada justo encima. Me mantuve en silencio. Mi madre también. Fue un momento inolvidable para mi y difícil de relatar, la misma sensación que pude experimentar unos meses más tarde ante el cuadro de Malevich “el cuadrado negro” en el Centro Pompidou en Paris.

LA VARIEDAD.

El final del análisis tuvo consecuencias sobre mi práctica y me liberó definitivamente de la excesiva preocupación por los semblantes y el encuadre de las sesiones.

El último sueño que les presento hoy se produjo tras finalizar el análisis.

Estoy en la consulta del analista con el que solía controlar. Estoy tumbado en el diván y no puedo hablar, al mismo tiempo que experimento una serie de fenómenos extraños en el cuerpo, fenómenos de fragmentación corporal. Me asusto y vuelvo la cabeza hacia atrás, observando como el analista está haciendo movimientos muy extraños y pienso: “el analista está loco”. Me levanto y salgo corriendo de la consulta.

El analista con quien controlo habitualmente me señalará: si, en la posición del analista hay un toque de locura.

Una interpretación ahora bajo control en la que la cuestión radica en que como sabemos en el control de los casos no conviene que haya indicaciones técnicas sobre una dirección correcta. A veces eso es lo que espera el analista que presenta un caso a control. He observado en numerosas ocasiones como el analista cuando me presenta un caso para control está demasiado preocupado por el diagnóstico o por lo que hay que decir o lo que no. No se trata de eso, se trata de ubicar la posición del analista en relación a lo que está sucediendo en la transferencia.

Podría decir que la función del deseo del analista queda como la variedad que se añade a lo que está por fuera de la norma, a lo múltiple. En mi caso: “un toque de locura”.

En una ocasión viajo a la ciudad del analista con quien solía controlar habitualmente. En la sala de espera me informan que el analista no está. Decido aprovechar el viaje y controlar con otro analista. Cuando le presento un caso le manifiesto mi preocupación porque mi posición con un analizante me parecía un poco arriesgada. El analizante tenía el estilo de iniciar sus sesiones colocando los significantes fundamentales de su posición subjetiva para a continuación emborronarlos a través de un relato que desdibujaba lo más preciado de sus dichos. Las sesiones eran cada vez más cortas y yo estaba muy preocupado porque tenía el temor de que el analizante no pudiera soportar el manejo que hacía del corte.

El acto analítico introduce un mayor grado de libertad pero al mismo tiempo eso tiene consecuencias y hay que poder sostenerlo. Es un detalle que conviene tener en cuenta en la práctica: cómo sostener el discurso siendo agente de un análisis para otros teniendo en el horizonte que de lo que se trata en un análisis no es de la vertiente terapéutica, que obviamente viene por añadidura, sino de la orientación por lo real o lo incurable del síntoma. Además, sabiendo que cada caso hay que acogerlo en su singularidad.

Pero no nos engañemos, no se trata de tirar a la basura las diferentes herramientas en el plano de la interpretación que podemos extraer de la enseñanza de Lacan, sino de la función o del uso que se puede hacer de ellas. Tal y como subraya Miller en su último seminario: “Si mi práctica evolucionó, no es por el hecho de haber abandonado la interpretación del deseo, sino por haber dejado de ordenarse en función de ella, para hacerlo a partir de un término respecto del cual no es posible para el analista prevalerse de acordarle el ser, un término que destituye al analista de ese poder creacionista conferido  por la interpretación del deseo y que es una cierta potencia de la palabra, la suya propia, que es sin duda necesario aprender a adquirir. Es lo que se enseña en las supervisiones.”[7]

J.A. Miller nos aclara que en las supervisones uno procura pasarle al debutante el método para que su palabra adquiera su potencia, que pueda ser creacionista.

¡Sorpresa! Nos dice es necesario aprender a callarse. Es necesario que la palabra sea escasa para que tenga alcance, para retener la atención del paciente. Pero ¡ojo! en relación al goce hay que desistir de toda intención creacionista y volverse más humildes. Miller se interroga acerca de si es necesario sustituir “interpretar” por algún otro verbo, pero ocurre que llegados a este punto desfallecen: quizá podrían reemplazarse por “constatar”, “delimitar”…pero ese vocabulario no le satisface. ¿Qué término podría dar cuenta de lo que se trata para un psicoanalista cuando se orienta por ir más allá de la ontología del ser?

Podría decir que en la posición del analista, si no se está jugando la partida con esa orientación la partida podría ser casi infinita. Lacan nos dice en Televisión: “Yo digo siempre la verdad: no toda, puesto que a decirla toda, no alcanzamos. Decirla toda es imposible, materialmente: las palabras faltan para ello. Incluso por ese imposible, la verdad es solidaria de lo real”[8]

Entonces, la orientación a lo real, es decir a lo incurable del síntoma, lo que hace a la especificidad del psicoanálisis, depende de la posición del analista y de su acto.

No creo que haya garantías de que el automatismo del dispositivo analítico o la formación del analizante oriente el análisis hacia el final. Hay que ir a contracorriente del inconsciente transferencial para que pueda emerger el inconsciente real. Creo que esta es una particularidad de la experiencia del final del análisis y de la producción del analista. De esto cada AE puede testimoniar de una manera singular, porque no hay reglas, no hay técnica, no hay indicaciones precisas, hay el acto del analista y quizá, también, la insondable decisión de parte del analizante de llegar hasta allí.

La interpretación podemos pensarla, entonces, como una operación de desarticulación, tal y como nos indica Miller en diferentes textos, de dos ingredientes del goce ineliminables. Por un lado, debe permitir extraer el objeto pequeño a pulsional del campo del Otro y por otro lado aislar los S1 por fuera del sentido. Se trata de un S1 que no dice nada, pero que funciona como un portaaviones de las marcas de un goce primitivo en el cuerpo, acontecimientos del cuerpo por fuera del sentido. Lacan hablaba de una letra de goce. Sobre esa letra de goce es que se produce para cada uno el delirio de la neurosis.

Estamos todos locos pero en el caso de la neurosis hay que hacer un pequeño viaje a través de la experiencia analítica para darnos cuenta de ello.

Nada más.

[1] Lacan, J. Escritos 2, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Paidós 1998.

[2] Miller, J-A. “La fuga del sentido, Los cursos psicoanalíticos de J-A Miller”. Pág. 250, Paidós 2012.

[3] Ibid, pág. 261

[4] Lacan, J. Otros Escritos, “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los escritos”, pág. 579, Paidós 2012

[5] Inédito.

[6] Seminario de Orientación Lacaniana 2011, inédito.

[7] Ibíd.

[8] Lacan, J. Otros Escritos, “Televisión”, pág. 535, Paidós 2012.

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