La radicalidad subversiva de la práctica clínica.*

Forma parte del discurso común el argumento de que el psicoanálisis es una práctica trasnochada y antigua. Sin embargo, un siglo después mantiene su vigencia y vitalidad.

Nos podemos preguntar ¿porqué sobrevive el psicoanálisis como discurso y como práctica clínica?

Para responder a esta pregunta voy a desarrollar, brevemente, dos ideas: La primera, la radicalidad subversiva de su práctica clínica (1) y la segunda el esfuerzo de invención que es propio del discurso analítico.

Una cosa que nos enseña la experiencia analítica es lo perdido y desorientado que el ser humano se encuentra en el mundo. Lacan dirá en su última enseñanza la conocida afirmación de “No hay relación sexual”, es decir no hay en el ser hablante, a diferencia de lo que ocurre en el mundo animal, nada que sirva a la manera de cómo funciona el instinto para orientarse en la vida y en la relación con el otro sexo.

Frente a esa dificultad, radical o parcial, que constatamos en la práctica clínica no hay una única solución, a lo sumo habrá una solución singular para cada uno. Una solución sintomática, que al mismo tiempo puede ser fuente de malestar y sufrimiento.

Se puede decir que el psicoanálisis es subversivo porque no se orienta por la lógica de la adaptación a la realidad, a diferencia de otras psicoterapias, sino que parte del síntoma para tratar de arribar a su incurable.

Hay una paradoja incluida en el mismo dispositivo: el análisis cura porque se orienta por lo incurable del síntoma de cada uno. Constatamos en la práctica que cuanto más se aisla ese incurable de cada uno, más efectos terapéuticos se producen. A cada uno su síntoma, su solución y su incurable. Esa es la especificidad de la clínica de orientación lacaniana.

Y encontramos su fuente desde los comienzos del psicoanálisis. Freud advirtió de que no se trata en el psicoanálisis de actuar a través de los deseos humanos más comunes, de hacer el bien, de comprender y mucho menos aún, del deseo de hacer a los otros a su imagen y semejanza. Advirtió del riesgo del furor sanandi y trató de distinguir los procedimientos de las terapias sugestivas de la analítica.

Alojar la queja o el síntoma sin pretender nada de antemano, acompañando al paciente a reducir y cernir la causa de su extravío es una posibilidad que solo se produce desde una escucha analítica bien orientada.

Y para que esto ocurra es fundamental un consistente trabajo de análisis personal de los analistas y esto supone tiempo y formación.

La neutralidad lacaniana se sostiene en que el analista, en el dispositivo y en la transferencia, no es un sujeto, es decir no es un sujeto del inconsciente. Quiero subrayar que Lacan la propuso a partir de la función del “deseo del analista”, un deseo que cuando opera en la práctica clínica suspende los ideales, las identificaciones y de los propios fantasmas.

De esta forma la cura analítica subvierte la norma y el standard. Cada paciente precisará sus tiempos. Los análisis pueden ser más largos o más cortos, la duración de las sesiones es variable, la relación de cada uno con el inconsciente nos da un índice de la posibilidad de hasta donde se puede o conviene llegar.

En esta diversidad, en esta perspectiva por fuera de la norma, el psicoanálisis como práctica y como discurso encuentra su fuerza y la posibilidad de su renovación. Esto le permite al discurso analítico puede intervenir sobre los nuevos debates acerca de los feminismos y la sexuación, porque se sitúa por fuera de la tradición y la heteronormatividad.

Y esto implica un esfuerzo de invención para responder a los nuevos síntomas contemporáneos.

En Comandatuba (Congreso AMP 2004), J. A. Miller declinó tres respuestas que se esbozan en el psicoanálisis contemporáneo ante lo que llamó el discurso hipermoderno.

La primera, el psicoanálisis fundamentalista que apela a la tradición, es decir a restaurar el discurso del amo tradicional, al inconsciente de papá y mamá.

La segunda, el psicoanálisis 

pasatista, que consiste en decir que no pasa nada, nada ocurre, que el inconsciente es eterno.

La tercera, la posición progresista que intenta poner al psicoanálisis al paso del progreso de las ciencias y de las falsas ciencias, para tratar de dar una traducción neuro-cognitivista de la metapsicología.

Luego, dice Miller, existe la práctica orientación lacaniana, o más bien, existirá pues se trata de inventarla. Por supuesto, no se trata de inventar exnihilo. Se trata de inventarla en la vía que abrió el último Lacan, lo que nos plantea múltiples interrogantes.

Sin duda, el psicoanálisis en el siglo XXI tiene que encontrar nuevas formas que le permitan escuchar las demandas de la época.

No es el tiempo de la moral victoriana de la época freudiana. El sujeto contemporáneo puede estar sin brújula, pero ese vacío es ocupado por discurso de la hipermodernidad que promueve la segregación, el racismo, la degradación del lazo social y el empuje a gozar.

Hay que decir que Freud dejaba fuera del análisis, aquellas enfermedades, que llamaba “neurosis actuales” porque se presentan al margen de la subjetivación del paciente y no pasan por el nivel de lo simbólico.

Este déficit de lo simbólico, como una dificultad en la cura, tiene en la modernidad una gran actualidad. Encontraremos en Lacan una “puesta al día” de los instrumentos para abordar esa clínica del síntoma y del goce, del exceso, de las adicciones etc…en que el sujeto no quiere saber, de entrada, de la causa que lo aflige.

Vertiente del sentido del síntoma y la del goce del síntoma, sujetos desubjetivados con una relación al inconsciente a producir.

Quiero subrayar también los desarrollos de la clínica lacaniana en relación a las psicosis y su orientación de “no retroceder” ante las mismas.

El psicoanálisis se renueva a partir de la invención freudiana y de la lectura que Lacan propuso en los diferentes momentos de su enseñanza. Con el inconsciente el resorte del análisis es la interpretación y la verdad, con el último Lacan y la clínica del parlêtre, el resorte de la clínica es el goce.

Quiero terminar con una referencia de Lacan de 1975 en la que aclara cuál era el tipo de racionalidad constitutiva del psicoanálisis y de la práctica analítica: “Lo real es lo que no anda. El mundo marcha, gira en redondo, es su función de mundo. Para percibir que no hay mundo (…) basta destacar que hay cosas que hacen que el mundo sea inmundo, si se me permite expresarme de este modo. De esto se ocupan los analistas (…) solo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner pecho todo el tiempo, para ellos es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia” (2).

Estar acorazados contra la angustia exige un análisis personal y una formación siempre en posición de analizantes. Y en eso estamos, es la aportación de la Sección Clínica-Nucep del Instituto del Campo Freudiano en España.

Santiago Castellanos

*Intervención en el debate organizado por la Sección Clínica Nucep sobre la Vigencia del psicoanálisis, el día 15.07.2020.


  1. Miller, J.-A. Conferencias Porteñas, Tomo I, “Conferencia a los estudiantes de Psicoalogía (1989)”, Ed. Paidós. Bs. As. 2010, p. 269.
  2. Lacan, J. El triunfo de la religión. Paidós, Bs. As. 2005. P. 76.

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